Lenguaje de la niñez

Te contamos sobre el lenguaje de la niñez

Juan Bosque

11/27/20243 min read

girl wearing blue sweater with hands on gray bedspread
girl wearing blue sweater with hands on gray bedspread

¿Qué es el lenguaje de la niñez?

Es la forma en que los niños y niñas se relacionan con el mundo cuando nadie interfiere.
Su manera de explorar, crear y aprender desde su naturaleza más genuina. Es un lenguaje de posibilidades infinitas. En la Escuela de Infinitos llamamos, Lenguaje de la Niñez a esas cualidades que todos los niños y niñas traen, pero que los adultos muchas veces no valoran o sencillamente no pueden ver.

Aquí te las mostramos, una por una.
No para que las enseñes.
Sino para que las cuides.

Hay muchas, nosotros identificamos 12 cualidades esenciales y proponemos sus significados:

  1. Curiosidad: La posibilidad después del asombro.

  2. Valentía: La posibilidad de transitar el miedo.

  3. Confianza: La posibilidad de recibir

  4. Humildad: La posibilidad de aprender de todo y de todos.

  5. Eficiencia: La posibilidad de lograr más con menos esfuerzo y recursos

  6. Autenticidad: La posibilidad de ser único.

  7. Honestidad: La posibilidad de conectar con la intuición y la naturaleza.

  8. Generosidad: La posibilidad de sentir al otro como parte de uno mismo.

  9. Creatividad: La posibilidad de transformar.

  10. Inocencia: La posibilidad de mirar el mundo sin juicio.

  11. Espontaneidad: La posibilidad de actuar sin miedo al error.

  12. Resiliencia: La posibilidad de transformar la adversidad en aprendizajes.

¿Por qué los adultos dejaron de verlos?

Un adulto le dice a un niño que deje de correr, pero no ve que ese niño está escapando de un dragón.
Le pide que se quede quieto, pero no sabe que su cuerpo se mueve porque es un planeta desinflándose.

Con el tiempo, los adultos dejaron de ver.
Dejaron de ver a los niños como exploradores, inventores, creadores de realidades.
¿Por qué? Porque su mirada fue domesticada por estructuras que premian el orden, la corrección y el rendimiento.

El sistema educativo, las normas, las metas externas…
Todo eso entrena al adulto para mirar desde el control, no desde la curiosidad.

Y cuando un adulto no puede ver posibilidades en un niño, empieza a limitar las suyas propias.
Por eso, en lugar de acompañar, corrige.
En lugar de confiar, moldea.
Y sin quererlo, va apagando eso que más debería cuidar: la naturaleza infinita de cada niño.

Criar sin esfuerzo no es no hacer nada. Es dejar de luchar.

La crianza no debería sentirse como una batalla constante para corregir a un niño.
Debería sentirse como un encuentro para descubrirlo.

No se trata de enseñar más. Se trata de sentir más.
No se trata de guiar desde el esfuerzo. Se trata de confiar desde el vínculo.

Cuando el adulto deja de forzar, empieza a escuchar.
Cuando deja de corregir, empieza a ver.
Y entonces, la crianza se vuelve lo que siempre debió ser: una aventura compartida.

El verdadero acompañamiento no impone, permite.
No llena, expande.
No interrumpe, observa.

Porque cuanto menos luchas por cambiar al niño, más posibilidades creas para que él invente su propio camino.

Si llegaste hasta aquí, puede que hayas pensado: “qué lindo”.
Y aún así, probablemente cerrarás esta ventana.
Seguirás mirando igual.
Seguirás repitiendo lo que nunca elegiste.
Seguirás convencida de que tu ardua labor es enseñar.
De que si no corriges, fallas.
De que si no controlas, algo se va a romper.
De que si no estás encima, se te escapa el niño.
Seguirás creyendo que todo depende de ti.
Que si no te esfuerzas al máximo, entonces estás criando mal.

Porque renunciar a una crianza llena de luchas
también significa soltar tu identidad,
soltar el control, la lógica, la corrección.
Implica aceptar que no podrás volver a culpar al niño.
Que tendrás que asumir la responsabilidad.
Implica incluso soltar esa vieja creencia:
que sabes más que un niño.

Por eso, aunque esto te haya tocado,
lo más probable es que no estés lista para oprimir ese botón
y asumir lo que implica recordar cómo se siente el Lenguaje de la Niñez.

Esa felicidad inmensa, salvaje y creativa que habita en los niños,
es demasiado grande para el cuerpo de la mayoría de los adultos.